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CÓRDOBA / EDUARDO ANGELOZ: PROTAGONISTA Y TESTIGO

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Angeloz fue pieza clave en Córdoba. Nació y murió haciendo política en la UCR. Del pedestal cayó al abismo. La vindicación que esperaba fue parcial.

“Yo rescato la tarea de un político. Yo soy un político. Soy político”.

Con Eduardo César Angeloz se ha ido un testigo y un protagonista clave de la política de Córdoba.

Su vida estuvo signada por la política de punta a punta en sus 85 años de existencia.

“Usted también, joven”, le dijo Arturo Illia para hacerlo pasar a una reunión en la Casa Radical. Era el 18 de octubre de 1949 y aquel muchacho nacido en Río Tercero en una familia de militancia en el radicalismo sólo había ido a la sede partidaria a afiliarse al cumplir 18 años.
Hace apenas unas semanas, muy poco antes de la última internación antes de su deceso, mantuvo una larga reunión con candidatos de Cambiemos y dirigentes de la Unión Cívica Radical. Habían ido sólo a saludarlo 10 minutos y se quedaron dos horas y media escuchando consejos e interpretaciones de la campaña y el escenario nacional.

El departamento del noveno piso de la Hipólito Yrigoyen fue testigo en las horas finales de largas visitas no sólo de sus correligionarios sino también de los más encumbrados hombres del peronismo y otras fuerzas, que acudían a escuchar una voz temblorosa, que había perdido la potencia que tuvo uno de los grandes oradores de la política cordobesa, pero conservaba la capacidad de interpretar y proyectar acontecimientos.

El homenaje que esperaba

Nació haciendo política, murió haciendo política. Acumuló poder como pocos, se ganó legitimidad y liderazgo a fuerza de votos y habilidad negociadora, sufrió el desprestigio de manera acelerada y contundente, vio caer su figura desde un encumbrado pedestal hasta clavarse en el fango y se fue esperando una vindicación, que sólo llegó de manera parcial.

Fue tres veces gobernador, dos veces senador nacional, senador provincial, candidato presidencial, jefe durante décadas del radicalismo cordobés, referente nacional y militante hasta el último suspiro.

Por las vueltas de la vida y los caprichos de la política, el peronismo –al que tantas veces derrotó en las urnas y le impidió el acceso al poder– fue el que comenzó el reconocimiento cuando la figura de Angeloz ya era casi inocua. Sus sucesores José Manuel de la Sota, primero, y Juan Schiaretti, después, le tributaron el homenaje en vida que más esperaba y recién después el partido al que consagró su vida, el radicalismo, lo nombró presidente honorario.

Pocos dirigentes sabían en Córdoba lo que era el entramado político, la práctica de los consensos y la capacidad para acordar en una instancia y diferenciarse al momento de una elección.

Una de las millones de anécdotas que acumuló lo retrata: llegaron a hacer una caravana de campaña a un pueblo del sur gobernado por el peronismo en la década de 1980 y los apedrearon.

Sus colaboradores le hicieron notar que su gestión había ayudado más que a los radicales a aquel intendente del PJ. “Si me viene a abrazar se perjudica y me perjudica a mí”, respondió Angeloz.

Quienes conocieron más de su generosidad política son sus propios correligionarios de otras líneas, que siempre se vieron favorecidos en el reparto de cargos con una porción mayor a la que hubiesen obtenido en una compulsa partidaria.

Repartía favores con gesto de padre severo. Recogió muchas traiciones y sólo unos pocos quedaron como leales hasta el final.

Se murió repitiendo que el “máximo error” que cometió fue presentarse a un tercer mandato, ese que no pudo concluir y del que se desprendieron –como una gigantesca Caja de Pandora– todos los males que lo acompañaron, en parte, hasta su partida.

Los suyos lo reivindican por los aportes que hicieron sus gestiones en materia de educación, salud y promoción social, en especial el aún vigente Paicor.

Sus detractores, incluidos dentro de la UCR, lo acusan por el dispendio de recursos públicos y los hechos de corrupción por los que fueron condenados algunos de sus colaboradores.

Pero lo cierto es que la dirigencia política de Córdoba reivindica su figura más allá de las valoraciones que puedan darse en la ciudadanía.

Su ascenso

Angeloz ocupó casi todos los cargos partidarios y fue senador provincial en 1963.

Ya asomaba, en los años que Illia accedía a la presidencia, como un referente central de la UCR cordobesa. En 1972 fue presidente del Comité Provincia, cargo que mantuvo hasta años después de la recuperación democrática. Y fue el líder partidario hasta su caída en 1995.

Llegó al Senado nacional en 1973 hasta el golpe, y durante la dictadura fue funcionario de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Después de Malvinas, con la apertura democrática a la vista, Raúl Alfonsín era uno de los radicales con más posibilidades para enfrentar al peronismo.

Alfonsín sabía que para imponerse en la interna necesitaba de la Línea Córdoba y quiso que Angeloz fuese su vice.

Pero Angeloz quería ser gobernador. Y lo fue. Por un margen abrumador de más del 55 por ciento.

La relación con Alfonsín tuvo altibajos. Estuvieron en sintonía, se desafiaron, se distanciaron cuando ambos se fueron del poder de mala manera y terminaron en una relación de respeto y afecto mutuo.

Construcción de poder

Angeloz construyó poder a partir del respaldo ciudadano y un formidable entramado en la Córdoba que salía de la dictadura, que fue incluyendo a políticos, magistrados, empresarios, sindicalistas, líderes religiosos, periodistas y militares, entre otros factores de poder.

Ese entramado le permitió, entre otras cosas, aquella reforma constitucional que le habilitó la reelección e incorporó institutos inéditos, algunos aún no puestos en práctica.

Ganó cuanta elección se le presentó. Obtuvo la reelección en 1987, cuando su partido caía a nivel nacional y en Córdoba se hacía fuerte el peronista José Manuel de la Sota. Hasta el último día, Angeloz les enrostró a sus correligionarios y al propio De la Sota –también tres veces gobernador– que a él no le había podido ganar nunca.

Con un radicalismo nacional golpeado y la inflación que se comía la gestión de Alfonsín, Angeloz fue el candidato presidencial de la UCR en 1989 con un discurso que se diferenciaba en lo económico del entonces presidente.

Perdió ante Carlos Menem y el riojano, con quien se conocían de los años de la Facultad de Derecho, le ofreció ser jefe de Gabinete. “Lo mejor para el país es que cada uno siga en su propio partido”, les respondió a los emisarios del presidente justicialista.

Pandora

De vuelta a Córdoba, Angeloz cometió el error que nunca se perdonaría, hasta el último minuto de su vida. Forzó la Constitución, de la mano de una Justicia que le respondía, para un tercer mandato, y allí aparecieron todos los males.

Para quedarse en el principal sillón de la vieja Casa de Gobierno aplastó primero a Ramón Bautista Mestre en la interna y le ganó de nuevo a De la Sota en la general, en una campaña apasionante.

Pero las señales de que su estrella se apagaba eran muchas.

En el mismo cierre de aquella campaña fue el asesinato de Regino Maders, un exsenador del radicalismo, cuya causa pasó por un largo derrotero y nunca se probó si se trató de un crimen político.

A menos de un mes de asumir el tercer mandato, se inundó San Carlos Minas. Angeloz había cerrado el gobierno aquel enero y fue al lugar mucho después que otros funcionarios nacionales y referentes políticos.

Su operador Luis Medina Allende cayó preso por intentar vender la cárcel del Buen Pastor.

La Justicia investigó y probó una larga lista de anomalías y delitos en el manejo de los bancos oficiales, en especial el Banco Social, a cargo de Jaime Pompas, otro de los amigos de toda la vida de Angeloz.

Pero antes de que las denuncias recayeran sobre él, ganó una de sus últimas batallas electorales. Domingo Cavallo, el entonces poderoso ministro de Economía de Menem, se había quedado con el peronismo después de una interna muy confusa y lo llevaba a Schiaretti de candidato.

Fue una campaña como si estuviese en juego la gobernación. Surgieron las expresiones de que Córdoba era una isla en el país, que pagaba mejores salarios y que estaba a la avanzada en lo social y educativo.

Angeloz, con Nilo Neder de candidato, le ganó la elección al cavallismo. Según él, la caída de 1995 fue una revancha de Cavallo.

La crisis del Tequila desnudó las fragilidades de las arcas cordobesas y a comienzos de 1995, el Estado provincial comenzó con serios problemas para pagar los sueldos. Arreciaron las protestas y con una Provincia en virtual cesación de pagos, se cerró toda posibilidad de financiamiento externo. Córdoba ardía figurativamente hasta que ardió la propia Casa Radical con llamas reales.

Angeloz había anticipado las elecciones y había decidido que el candidato a gobernador fuese Mestre, en vez de su amigo y dos veces vice Edgardo Grosso.

Las gestiones de su amigo Raúl Primatesta, el influyente arzobispo de Córdoba, no alcanzaron.

Y en la madrugada del 6 de julio de 1995 lo llamó a Mestre para decirle que se iba. Unas horas después tuvo que grabar tres veces el mensaje que saldría por cadena provincial porque se quebraba en lágrimas.

Juicio y regreso

Lloró también tres años después, sentado en el banquillo de los acusados, cuando la Justicia lo absolvió de la causa por enriquecimiento ilícito, surgida a partir de las modificaciones patrimoniales de allegados, colaboradores y familiares. Fue un proceso complejo que dejó algunas dudas, que con el correr de los años se diluyeron en parte por los montos que se discutían y los que surgieron después como sospechosos en otras gestiones provinciales y nacionales.

Había sido designado como senador nacional apenas dejó la gobernación. Volvió al Senado tras el juicio pero su figura pública estaba deteriorada, en especial porque su correligionario Mestre se ocupaba desde la gobernación de endilgarle la herencia recibida.

Lloran los Lazarte

Angeloz mantuvo un bajo perfil desde aquellos tiempos, aunque no dejó la militancia partidaria.

Siguió recorriendo comités, reuniéndose con correligionarios, manejando su sector interno, la clásica Línea Córdoba, que hoy es la que tiene la conducción más joven de las líneas partidarias de la UCR.

Era un hombre de consulta de la política cordobesa, aun con su enfermedad a cuestas.

“A veces me preguntan por qué medida de gobierno me gustaría que fuera recordado en el futuro y yo me apresuro a responder que por el Paicor”, escribió en sus memorias.

Ese plan fue inspirado en los hermanitos Lazarte, a los que Angeloz encontró en el norte provincial allá por los albores de 1983.

Hombres grandes ya, los Lazarte también lo lloran hoy.

FUENTE: LA VOZ DEL INTERIOR (CÓRDOBA) – POR ROBERTO BATTAGLINO

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